Dicen que los problemas comenzaron cuando era joven. Tomás tenía seis años cuando comenzó ir a la escuela. En kínder actuaba normal. Jugaba con otros niños, le gustaba escuchar cuentos y le gustaba reír. Pero todo eso cambio. En kínder su maestra hablaba español. ¡Ese era el único idioma que Tomás conocía!

En primero su maestra habla español e inglés. Su nombre era Srita. Orozco. Era amable y le caía bien a los niños. A todos menos a Tomás.

Ella trataba enseñarle inglés. Tomás la odiaba porque odiaba los sonidos extraños de las nuevas palabras.

Cambio de un niño feliz a uno muy callado. Él no gritaba como los otros niños, aun a la hora del recreo. Tenía mucho odio en su corazón para los norteamericanos. Tenía mucho enojo en su alma hacia los anglos. Era solo un niño pero odiaba como un hombre.

Tomás no le respondía a la maestra a no ser que le hablara en español. Así es como estaban las cosas con él primero de primaria. Siguió igual en segundo y en tercero y en cuarto.

Se volvió más callado y en ocasiones se negaba a responder a las maestras aun cuando ellas querían hablar en español con él. Para Tomás solo había un idioma: español. Había solo un país, México. No confiaba en nadie quien no sentía lo mismo.

Sus amigos comenzaron a preocuparse por él ya que sus ojos tenían un destello duro y negro, una mirada fría de enojo imperdonable. Miraba con una mirada que decía – ¡algún día explotaré! Algún día haré que la gente escuche lo que tengo que decir! Algún día me escucharán!!!

Pero Tomás no era tonto. Él se daba cuenta de un buen negocio. Vigilaba a la gente cuando pasaban. Observaba el comportamiento de los maestros cuando se reunían para hablar. No podía entender una palabra de inglés pero reconocía a todas la maestras que hablaban en el idioma extraño.

En 3º y 4º comenzó a decir lo que pensaba. En español. Comenzó a contarle a su maestra de su orgullo de ser mexicano. A sus compañeros les habló de las grandes civilizaciones que existían en México durante miles de años.

Estas eran historias que aprendió en casa. Estas eran las historias que Tomás no quería abandonar. Sus compañeros aprendían inglés para pedir pizza. Él no podía pedir pizza como un pordiosero en las calles de la Ciudad de México.

Al principio a los maestros les gustaba escuchar a Tomás. Significaba que Tomás se estaba abriendo más ¿verdad? Quería decir que comenzaba a confiar en sus maestros. Pero se les olvidó su enojo y odio. Quizá nunca se habían dado cuenta. Quizá nunca se habían fijado en lo más profundo de los lagos negros dentro de los ojos de Tomas lugar donde su aun inocente alma no brillaba.

La explosión llego en 5º año. Es cierto que su rebelión comenzó el año anterior pero nadie se enteró que era. Solo pensaron que estaba actuando mal. Era su comportamiento decían. Solo Tomás sabía, solo Tomás sabía que podía control su enojo o soltar su temperamento en el momento que él quería. Tomás era el amo, no la escuela.

Comenzó a dirigir discursos a sus compañeros en el 4º año. En español por supuesto. Se ponía de pie sin importar que su maestra se lo pidiera. Atacaba la escuela y como estaba destruyendo la vitalidad de su gente. Atacaba ferozmente a los maestros por mentir y no decir la verdad. Dicen que a algunos maestros les gustaba escucharlo cuando se enojaba ya que Tomás era buen orador. Otros esperaban que su enojo pasara para cuando llegara al 5º año. Hablaba un poco de inglés a veces. ¿No era esa una buena señal?

Pero en 5º su enojo aumentó y sus discursos no dejaban en paz a los maestros. Comenzó a retar a la autoridad escolar muchas veces. Comenzó a pedirle a sus amigos que le ayudaran. Un día gritó en el salón – ¡Esta es mi escuela, no de ustedes! Este es mi barrio, mi raza, mi idioma, mi cultura! – Los maestros sabían que el problema no desaparecería.

Así que comenzaron a ser más duros con el esperando quebrantar su espíritu. Pero Tomás tenía la independencia de un bueno indio. Podrían haberlo torturado – ¡no importaría!

En los huesos de Tomás estaba la esperanza y los sueños de millones de mexicanos. En su mente y en su memoria estaba la visión de miles de años de historia mexicana. En su corazón palpitaba la sangre roja de un mexicano. De su boca fluían palabras en español, palabras de su padre y madre de sus padres y abuelos.

Los maestros le dieron oraciones para escribir – 10, 20, 50, 100 veces. Le obligaron a perderse del recreo. Lo mantenían después de clases como castigo. Se quejaban con sus padres. Le dieron una suspensión de 1 día, después 2 días luego 3 días – y en una ocasión por toda ¡una semana!

Tomás no se doblego. Era un robles. No se doblegaría ante ellos. El Director y los maestros se reunieron y hablaron. A algunos les simpatizaban el niño. Sabían que era inteligente. Sabían que tendría éxito. Pero era más y más difícil controlar a Tomás y los alumnos comenzaban a escucharlo.

Cuando deambulaba por el patio durante la hora del recreo, muchos alumnos lo seguían. Todos se negaban a hablar en inglés y comenzaban a hablar acerca de su orgullo de ser mexicanos. Tristemente los maestros y el Director sabían lo que tenía que hacer. No tenía otro recurso que expulsarlo. Era un Alborotador.

Así que sucedió un cálido día de primavera en mayo cuando casi terminaba el año escolar que los maestros querían poner a Tomás como ejemplo. Con este castigo espantarían a los otros alumnos. Les quitarían a su líder y se calmarían.

Los maestros se creían listos. Pero el día en que Tomás debía dejar la escuela se les olvido un pequeño detalle – los otros alumnos.

Tomás vació su escritorio. Tenía unos pocos papeles y lápices en sus manos. Comenzó a salir por la puerta y caminar a través del patio y después un amplio campo con pasto por última vez. Sabía que ya no se le permitiría regresar.

Ese era el precio que tenía que pagar por hablar solo en español. ¡Este era su castigo por decirles a sus amigos que aún eran mexicanos y deberían estar orgullosos!

Llevaba su cabeza en algo al caminar por la puerta. Era medio día y cientos de niños estaban jugando basquetbol, saltaban la cuerda, soccer, carreras y béisbol.

Lo vieron. Despacio un niño y luego otro dejaban de jugar para ver a Tomás. Después más niños dejaron sus juegos. Pronto todo el patio paró. Algunos alumnos se acercaron para despedirse.

De repente, frente a él, se formaron en dos hileras bien derechitos a lo largo del patio y el campo. Había de cuatro a cinco a cada lado pero le abrieron un camino para que Tomás pasara en medio de ellos.

Parecía por un momento como un desfile de nalgadas a la antigua. Pero éstos no estaban allí para dar una nalgada. Estaban ahí para mirar, para verlo, para tocarlo, para despedirse.

Los estudiantes que habían creído más en él – ellos estaban ahí. También todos los alumnos de la escuela. No habría servido de nada que los maestros hicieran sonar sus silbatos para hacer que los alumnos regresaran – no regresarían. Al menos no en este momento ya tenían algo más importante que hacer – todos lo tenían que hacer. ¡Tenían que despedir a Tomás!

Recién que salió del salón, los ánimos de Tomás estaban por los suelos. Puso una cara de valentía pero no lo sentía en su corazón. Ahora que vio cientos de estudiantes enfilándose para verlo pasar sintió un fuerte y gran orgullo pasar por sus venas.

Irguió su cabeza más alto como nunca y su cabello negro, mexicano brillo con gran lustre bajo el brillante sol en el cielo azul. Hasta mostró sus dientes aperlados por un segundo, un breve espacio de felicidad. Pero el momento era muy sombrío para él. La sonrisa pasó pronto para no verse más.

Los estudiantes que solo querían tocar a Tomás al pasar cambiaron de parecer. Todos se pararon perfectamente derechos orgullosos de su hermano que caminaba entre ellos. Los maestros solo vieron un niño necio pero sus amigos vieron algo más. Vieron un hermano, un hombre, un jefe. Vieron el águila y halcón.

Todos callaron al escuchar el grito agudo de un halcón en lo alto. Volando del cielo azul desde el oeste el halcón comenzó a volar en círculos alrededor del patio. Voló más y más cerca en círculos cada vez más pequeños hasta que su sombra cayó sobre el patio.

¡Y luego sucedió! La sombra del halcón cayó justo encima de Tomás a la vez que volaba alrededor de él emitiendo un grito agudo. Tomás miró hacia arriba por un instante y una amplia sonrisa cruzó por su cara y sus ojos brillaron de alegría.

¡Hasta su Hermano el Halcón había venido a verlo! Todos los alumnos que vieron la sonrisa de Tomás sabían que el halcón era su hermano. Luego, volando más y más alto, el halcón voló hasta lo más alto del cielo y salió de su vista.

Tomás miro a sus amigos. Comenzó a caminar. Camino al centro de las dos hileras quedando poco espacio entre él y sus compañeros. Es es el momento que los maestros habían querido que fuera su vergüenza. Sin embargo, ¡sus amigos lo convirtieron en su victoria! El sabía que cuando regresaran a sus salones, sin importar lo que el maestro dijera, ellos jamás olvidarían quienes eran.

Ellos eran la gente café del sol y la tierra. Ellos eran mexicanos, ¡cada uno y todos! Tomas sonrió hacia dentro ya que tenía un primito que comenzaría clases en el otoño. Su primito era como el ¡pero más que el!

Su primo era necio, orgulloso y mexicano. Tomás solo tenía una parte de sangre india. Su primo era más ¡¡¡INDIO!!! Los maestros tendrían las manos muy llenas ya que el primo de Tomás era muy similar a él. Cierto era que su primo estaba aprendiendo un poco de inglés pero seguramente llegaría el momento en que el también retaría a la autoridad escolar … cuando haría discursos y diría –

¡ESTA ES MI ESCUELA! ESTA ES MI TIERRA!

¡ESTE ES MI BARRIO, NO TUYO!

¡ESTA ES MI GENTE, MI RAZA, MI IDIOMA, MI CULTURA!

¡SOY MEXICANO Y ORGULLOSO DE SERLO!

¡VIVA MEXICO! VIVA LA RAZA!

 

Pero por ahora Tomás tenía que caminar al final. No era la caminata larga o solitaria que se imaginó. Sus amigos sintieron que la aparición del halcón como una bendición. Ahora no esconderían el amor en sus ojos. Tomás caminó a través del campo y pasó por el portón al otro lado y se encamino hacia su casa sin mirar atrás.

En el patio todos los alumnos que quedaron parados e inmóviles por algunos minutos. Esperaban que los maestros llamaran, que los silbatos sonaran, que tocaran la campana. Pero por ese momento permanecieron parados, callados sintiendo y creyendo lo que acaban de presenciar. Estaban orgullosos de haber estado presentes cuando Tomás dejo la escuela para siempre.

 

Y recordaron la Sombra del Halcón, el halcón que grito para que todos escucharan –

¡Tomás es hermano del halcón!